En la era de la nostalgia, el reciclaje y las giras de reunión,
parecía sólo cuestión de tiempo para que finalmente se materializara el
regreso a las pistas de la versión original de Guns N’ Roses,
la última gran banda de rock de alcance planetario -en su acepción más
clásica al menos- y uno de los pendientes históricos para todos aquellos
que aún no eran adultos a inicios de los años 90.
23 años después
de su último concierto con su formación clásica -con una fecha doble en
el estadio Monumental de Buenos Aires en 1993- y luego de años de
polémicas declaraciones cruzadas, Axl Rose y Slash volverán a subirse juntos a un escenario, ya confirmados como los cabezas de cartel de la próxima edición del festival Coachella, que se realizará en abril en Indio (California) y cuyas entradas salen a la venta hoy.
Según el afiche revelado la medianoche del lunes por la organización
del evento, luego replicado en sus páginas de Facebook por el bajista
Duff McKagan y el propio Slash, el grupo surgido en Hollywood se
presentará en dos jornadas de la cita, el sábado 16 y el 23.
Un
nuevo acierto para los productores de Coachella, especialistas en
albergar regresos musicales (ver recuadro), y un nuevo capítulo que se
abre en la enrevesada historia de Guns N’ Roses, una marca que en vista
del interés que genera parece haber envejecido bastante bien, pese al
cuestionable uso que ha hecho de ésta su último propietario, Axl Rose,
el único integrante original que sobrevive en el conjunto. Acompañado
por formaciones cambiantes de músicos, entre ellos Dizzy Reed, el hombre
de las percusiones y teclados del grupo desde 1990, durante las últimas
dos décadas el vocalista ha recreado en diversos escenarios del mundo
-Chile incluido- el repertorio clásico de la banda, además de lanzar en
2008 el último trabajo de estudio del grupo a la fecha, el postergado
Chinese democracy, el álbum de rock más costoso que se ha producido en
la historia -con un presupuesto de 14 millones de dólares- y uno de los
grandes fiascos comerciales del género, pese a sus reseñas
mayoritariamente positivas.
Una realidad diametralmente opuesta a
los años de esplendor de los californianos, cuando a fines de los 80
redefinieron y revivieron el entonces alicaído rock con el
imprescindible Apetite for destruction, el que gracias a himnos
inmortales como Welcome to the jungle, Paradise city y Sweet child o’
mine aún figura como el álbum debut más vendido en Norteamérica.