Hay varias referencias a la muerte –incluso se refiere a ella al comentar su disco y citar los fallecimientos de Javier Krahe, David Bowie, Leonard Cohen o Prince-, pero también a recuerdos pasados, señalados en rojo, que definen una vida. Es el caso de Leningrado, que rememora los años locos de una existencia, como un amor intenso y romántico, pero que el imparable paso del tiempo hace descarrilar. “Se nos ha muerto el sol en los tejados”, canta. “Porque la revolución tenía un talón de Aquiles al portador”, añade. O como en No tan deprisa, en la que canta: “Tú firmabas la paz, yo buscaba al desquite. Hubo un error de cálculo en ser nosotros dos”.
Pasado y presente entremezclados en imágenes potentes para radiografiar a un Sabina que ya ve la vida como un superviviente de todo, incluido de sí mismo, como indica en Las noches de domingo acaban mal, un interesante canto a las contradicciones existenciales. Así lo canta también en Lágrimas de mármol, tal vez una de las mejores composiciones del disco. “Superviviente, sí, ¡maldita sea! Si me tocó bailar con la más fea, viví para cantarlo”, reza el estribillo. “Sigo mordiendo manzanas amargas, pero el futuro es cada vez más breve y la resaca más larga”, confiesa.